Hace ya algún tiempo salía un viernes en la madrugada de un evento en el bar Theatron en Chapinero.
Iba con una amiga y a la salida del establecimiento pasó un tipo que intentó raparme el bolso frente a la mirada impávida de la gente en la calle.
Al principio me resistí y me aferré a mis pertenencias -en el bolso iba mi billetera con todos mis papeles, 40 mil pesos, el celular y unas gafas-.
Pero el truhán era fuerte y estaba tan lleno de adrenalina que logró tirarme al piso y una vez allí pudo llevarse su cometido.
La calle estaba llena de gente, taxistas y transeúntes que reían a carcajadas frente a mi caída y los insultos que le profería al delincuente.
Nadie hizo nada. Yo preferí ceder ante el ímpetu del ratero porque me dio temor que sacara un 'chuzo' o algo peor como una pistola.
Mi amiga en cambio salió corriendo detrás del tipo pero el guache le pegó con una bolsa que llevaba en una de sus manos y ella terminó también desistiendo de perseguir al ladrón.
Entre tanto, la gente seguía riendo, todos sin el más mínimo asomo de solidaridad.
En eso pasó una patrulla a la que sin lugar a dudas paré para denunciar lo que acababa de suceder.
La respuesta de los policías no fue más alentadora que el apoyo de los ciudadanos.
Según ellos "esos tipos son muy vivos y seguro ya se metieron en su cambuche".
Por consiguiente nadie, absolutamente nadie, ni siquiera las autoridades del caso hicieron algo por tratar siquiera de ayudarnos.
Ahora no sé qué me produce más rabia, si la pérdida de mis objetos personales y la recuperación -larga y costosa- de mis papeles o la indiferencia de los muchos 'asistentes' al deplorable espectáculo en el que perdí mis pertenencias.
Estoy segura de que un poco más de solidaridad y menos negligencia por parte de las autoridades le harían más difíciles las cosas a los que quieren delinquir en la ciudad. La risa y la indiferencia son tan criminales como los robos.
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